martes, 17 de enero de 2012

EL PODER DE UNA HISTORIA


Liliana Bernal Pardo

Santiago, 30 de octubre de 2004.


Hace un rato estábamos escuchando un programa de televisión y contaban la historia de un fanático de fútbol argentino que para la final del mundial de futbol del 78 cambio su carnicería por dos entradas al estadio.

Y al principio pensé que era un loco, que los sueños de toda su vida fueron cambiados por un impulso, por una banalidad, por un sueño...

Y más tarde pensé...¡¡que historia!! para contarle a los nietos.


¿Cuáles son mis historias para contarle a mis nietos? ¿Cómo construyo mi vida de manera que contarla me llene y los llene de regocijo, de orgullo, de atrevimiento, de coraje? Me pregunté “a que me atrevo?” para ser sincera, al principio, no llegaba nada a mi memoria y de repente...

Me acuerdo el día que crucé por amor las tres cordilleras para llegar a Chile, la vez que me fui a un viaje con lo que tenía en el bolsillo, la vez que crucé océanos, la vez que pedí una semana para que me vieran y ahí si decidieran, la vez que hablé siete horas con un amigo en hebreo (y yo lo único que sé decir es “shalom”), la vez que me devolví sola después de una noche de amor frustrado, la vez que las balas sonaban encima de mi cabeza entre gallinas y olor a barro, la vez que aprendí a montar en bicicleta, mi primera caída de un árbol y la primera caída de la bicicleta, la vez que contra todo pronóstico me mejoré, la vez que tomé un sendero que me transformó, las veces que confío en mis amigos, la vez que me arrodillé ante las divinidades, todas las veces que cuento cuentos, todas las veces que elijo, todas las veces que decido compartir mi vida, todas las veces que sirvo a alguien.


Me imagino que al terminar el partido, con el fulgor de haber ganado 3 a 1 a Holanda y haber sido testigo de la primera vez que Argentina se convertía en campeón Mundial, este hombre volvió a ver su carnicería con un dejo de nostalgia y orgullo. No me lo imagino pensando “la cagué”, me lo imagino en la emotividad hasta las lágrimas de haber sido capaz y, tan valiente, de cambiar lo terreno por un sueño, de cambiar lo concreto por lo invaluable y eso, definitivamente es un gol.


1 comentario:

Gabriel Bunster dijo...

Si, la potencia de ciertas historias, como esa del carnicero que dejó de serlo. Y las mil historias de uno que merecen ser contadas y ahora podemos dejarlas en este medio.
Feliz año Anita !