Cambiar, ser diferente, algo hay malo en mi,
son algunas de las inquietudes con que llegan los coachees a su primera
sesión. Y en ocasiones, buscando en
el coaching el último recurso, después
de haber pasado por terapias psicológicas, psiquiátricas, terapias corporales,
teatro… , etc., etc.
No puedo negar que en alguna parte me aparece
el ego, que me dice… “aquí si”, “este es tu lugar!!!, pero afortunadamente me
dura poco, y a veces no tanto. Por otra,
también tremenda responsabilidad…¿daré la talla? ¿Lo podré “ayudar”?
Con uno de ellos, pasaron 3 sesiones, en el
ir y venir de estas conversaciones internas mías. Después de mes y medio de no
vernos con vacaciones incluidas, me cuenta de sus “recaídas” en sus modos habituales de
comportarse, de menos duración. Reportando también que no había podido
hacer algunas experiencias que le había propuesto para ese período.
Lo primero que me surgió fue, claro, es natural
que no avances, si no haces nada por ello. Y acto seguido me surgen otras
reflexiones. ¿será que no está listo aún? ¿qué será aquello que lo hace quedarse en su
zona de confort? De confort poco, mas bien territorio conocido.
Se me vienen las palabras de Humberto
Maturana, hablando sobre el cambio. ¿será la pregunta correcta de hacerse? ¿qué
quiero cambiar? Y qué tal que nos preguntemos ¿qué es aquello que quiero
mantener?¿será mas fácil realizar algún aprendizaje desde ahí?
Y aterrizamos la conversación.
Literalmente. Nos sentamos en el suelo,
en una mantita de lana chilota. Traje una madeja de cáñamo y fuimos nombrando
cada una de las cosas que lo sostienen, que quiere mantener. Fuimos cortando
varios hilos. Los tomó con su mano derecha. Cada hilo representaba algo
diferente que valoraba de si, que lo sostenía. Eran sus andamios. Aparecieron
sus amores, su honestidad, su capacidad
de soñar, su inteligencia, su ser
reflexivo, sorprendiéndose de lo que iba apareciendo, traduciéndose en el
brillo de sus ojos.
Lo anudó en un extremo, los acarició, como
permitiéndose el re-conocerse. Algo que el sabía y que se le había quedado en
el olvido. La experiencia siguió.
Trajimos sus sombras, sus “hoyos negros”
como el los tildó, que estaban rondando durante toda la sesión. Lo
representamos en su otra mano. Comenzó una larga lista de miedos, rabias,
abandonos, oscuridades, inseguridades.
Lo invité a declarar un inicio de esta nueva etapa. Le dio la bienvenida y como acto de integración,
de aceptación de ambos mundos que habita, lo invité a juntar sus manos. Dejando
en el medio de ellas ese nudo, que apretaba con mucha fuerza, como queriendo
fundirlos.
Cerramos la sesión ahí, declarando que estaba
mas completo y acompañado.
¿Será que para traspasar aquello que queremos
“cambiar” necesitamos mirar lo que no queremos cambiar? ¿ lo que nos sostiene?
¿Y desde ahí, aceptar lo que queremos
trabajar? ¿Lo que seguirá apareciendo, pero ya acompañado de lo que nos nutre?
Se fue con sus hilos amarrados a su razón y a
su corazón!
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